El Bastión.
Relatado por Einaudi:
“-Mi primera noche en el bastión, fue como una de las tantas primeras noches para los pocos supervivientes que quedamos.
En el momento en el cual a uno lo citan a la torre del viejo y se comienza a ascender las que parecen ser, infinitas, escaleras espiraladas. Ese es el momento en el que surgen las grandes preguntas y con ellas; La mas importante; ¿ Cómo se que soy este cuerpo y por qué no me reconozco como tal?.
La caminata es larga, por no decir eterna. Y aunque a uno lo acompañen y lo escolten hasta la entrada. Debo decir que el temor que se presencia con el cuerpo antes de dar el primer paso, es único e inexplicable. Estamos solos, siempre lo estamos. Estoy seguro que de todos y cada uno de los que llegamos a este punto, no logramos jamás, entender el cómo, el porqué o el para qué de estar vivos en nuestro primer día.
Así es, nuestra consciencia se nos otorga en dicha fecha. A penas se aclara la primera luz en las retículas oculares , comienza el llamado despertar. La primer imagen que observamos es quizás aterradora, por ser desconocida. Pero rápidamente, luego de un susto, aparece un hermano y te abraza. Cuando la calma es recobrada, te habla, cosa rara también porque pareciese que lo que dice, lentamente comienza a tener sentido para nosotros, aunque aún, no conozcamos el lenguaje. Con el tiempo me explicaron que aquellas, son palabras pronunciadas en formato de Códex Binario; Un lenguaje antiquísimo que venimos preservando cómo herencia cultural del ser humano.
En mi caso, estas fueron las primeras palabras que escuche. Enseguida entendí que eran una serie de indicaciones, algo similar a esta traducción: “Sube, habla con el viejo, acepta tu consciencia. “
Luego de despertar y quedar maravillado con los colores, las sensaciones del tacto, los olores. Que por lo general dentro del bastión, el que siempre destaca, es un aroma a sequía. Uno comienza a salir por los pasillos, abandona el cuarto de nacimiento, deja los huevos de incubación detrás. Cómo quien se aleja del suelo y de sus raíces. Para comenzar a sentir lo áspero, el suelo rígido y seco con las plantas desnudas de los pies. Adviene luego la textura de las telas con la que nos visten, lienzos de lino y algodón entrelazados, colores azules, dorados. Las ropas se deslizan por lo que parece ser, nuestro cuerpo. El aroma despierta el hambre y la sed, entonces uno bebe y come, siente el placer de los sentidos, el aliviarse. Cuando el cuerpo tiembla hay que afianzarse en lo interno y ahí viene la intención de querer hablar, vociferar un sonido gutural, ruidoso, animal.
Supongo que las escaleras, son la mayor prueba interna. Los guardias son una especie de escolta que están atentos por si a uno le agarra el pánico o la duda. Pero el primer paso y los siguientes, dependen únicamente de nuestro propio interior. Decisión, compromiso, dedicación y constancia.
Recuerdo mi primer día de vida con tanto detalle, por eso es que lo puedo contar. Por que a diferencia del resto de los otros días de existencia, que sucedieron, como un mero viento del desierto, como una suave brisa vespertina. Nada ocurrió realmente, mas que una simple subsistencia monótona y aburrida, suspendida en el tiempo.
Entiendo que ahora los recuerdos que albergan en mi mente, no son del todo míos, sino mas bien, compartidos. Creo que por eso extraño el primer día, el único que en verdad, fue mío. Ese día, era yo mismo descubriendo el mundo, sin juzgarlo, sin pensarlo, sin idealizarlo. Eran mis ojos abiertos frente a un inmenso universo que se devoraba a si mismo, como una serpiente danzante.
Supongo también que todo esto lo experimentan todos y cada uno de los habitantes del bastión.
En fin, una vez que se supera el miedo de lo desconocido y las escaleras son ascendidas. Se presenta la llamada puerta. Una inmensa construcción antigua de la vieja Terra. Totalmente hecha en madera verdadera, sin imitaciones, sin copias. Dicen que la antigüedad, aquel material ahondaba por toda Terra. Hoy, sin embargo, creemos que el último ejemplar vivo de los seres naturales esta justo con nosotros, dentro de las murallas del Bastión. Lo llaman el Gran Árbol y se encuentra en el centro de la plaza, detrás del edificio del consejo.
Al tocar la puerta, la misma se abre sola. Y una vez que estoy dentro, no me sorprende en nada la apariencia del lugar. Casi que debo aclarar que me brindó aires de familiaridad, acogedora, cálida.
Las paredes del lugar estaban hechas de una piedra que en su origen fue verde, cuentan las leyendas que era la piel de un gigante que murió sentado. La misma, ahora tiene un color marrón, oxidado por la falta de oxigeno. Viejas banderas cuelgan en las paredes, tejidas a mano, hiladas. ¿Eran aquellas las banderas de la guerra silenciosa?, me pregunto hoy.
El viejo, que era un hombre de avanzada edad, se encontraba sentado de espaldas, al fondo de una larga mesa en donde manteles, platos y copas, estaban colocadas como esperando a sus invitados; Muchos invitados, los cuales aún , no habían llegado.
Aquel hombre se encontraba de espaldas a mi, observando una gran chimenea que estaba vacía, apagada, llena de polvo y ajena a un calor elemental inexistente.
-Antes, los hombres vivíamos del fuego. Ahora, no existe oxigeno suficiente como para alimentarlo.- Dijo su voz, ronca y gastada.
- Ven. Pasa Einaudi. Te estaba esperando. - Y al terminar de decir eso, reconocí mi nombre, con el cual, me bautizaron.
En ese momento mis piernas no me respondieron. Tuve que hacer un esfuerzo mental y recién ahí, reaccionaron. Mientras avanzaba, mis ojos, recorrieron la pared mas extraña que jamas volveré a vislumbrar. Cientos de cuadros, imágenes suspendidas de rostros dentro de marcos contenedores, como si aquellos rectángulos fuesen prisiones que contenían la esencia cautiva de alguien que aún existía. Fotografías que me observaban a medida que me adentraba en su observación. Sus miradas se clavaban en mi subconsciente, me penetraban, integro. ¿ Quienes eran?, reflexionaba, sin darme cuenta que muy pronto lo sabría.
Cuando volví en mi y las miradas cesaron. Me encontraba parado enfrente del viejo. Ahora, eran solamente sus ojos, los que me admiraban, los que me daban la sensación de existir. Dos perlas azules como mi vestimenta. Dos huecos de hielo sideral colisionando contra mi vulnerabilidad.
Hice un esfuerzo de tenacidad y valentía por mantener el intercambio de miradas. No pude. Hizo un gesto con su mano, lento y suave, como acariciando el aire. Y sólo entonces me di cuenta, que me encontraba sentado, en la cabecera de la mesa, frente al hombre. Jamás comprendí como sucedió eso. Pero sin vacilar, lo seguí observando. Podía ver algo en sus ojos, algo que iba mas allá de este mundo.
Ahora, no solo el edificio, sino que también las cuencas de aquel viejo, se me hicieron familiares.
“Ojos color tiempo”, pensé, sin saber que mi mente se comunicaba conmigo en forma de Códex antiguo.
-Por favor Einaudi, bebe algo, debes estar sediento luego de dormir tantos años. - Agregó con su voz. Era como si el sonido retumbase por las paredes y llegara directo a mi corazón.
Así, dirigí mi mirada a la mesa, recorrí toda su amplitud que parecía extenderse en el horizonte y sin antes notarlo, tenia un cuenco de cerámica cocida con el antiguo estilo de cocción Raku.
Recuerdo la sed que me apretaba la garganta y la forma salvaje con la que bebí del cuenco para saciarla.
Hubo un silencio hasta que deje el cuenco en la mesa. Hasta que volví a respirar.
-Quiero presentarte a tus antepasados. - Me dijo aquel hombre sabio.
Y cuando levante la mirada de la mesa, encontré que todas las sillas estaban ocupadas. Estaba sentado, con todos los rostros que había visto con anterioridad en los cuadros. Sólo que ahora, sus cuerpos físicos me acompañaban.
Todo parecía un sueño, los sucesos acontecían frente a mi y no podía conectarlos temporalmente. Las cosas simplemente pasaban. Sin embargo, todo aquello no me alarmaba, era en cierta forma, natural.
- ¿ Sabes el porque de estar aquí, verdad? - Me preguntó el viejo.
Quise contestar, pero no tenia voz. Entonces negué instintivamente con la cabeza. Otro reflejo del antiguo Códex que traía en la sangre desde mi linaje.
-Tranquilo Einaudi. Aún no te he transmitido el lenguaje en si mismo. Recuerdas las palabras porque las tienes escritas en el código genético. Las has escuchado un millar de veces, en otras vidas. Pero el habla en si, es algo que lleva mas tiempo en recuperar. - Me comentó.
-Primero, uno recuerda los sentidos, luego, las acciones. - Agregaba otra voz, un poco mas fina, del lado derecho de la mesa. Quise ver su rostro, pero por algún motivo no podía enfocar con mucha nitidez. Estaba borroso.
-¿Sabias que en su diseño original, el hombre, no había sido proyectado con el habla?… Hablar es un error del Códex. - Agregó otra voz, justamente del extremo opuesto al anterior. Igualmente, no pude enfocar su rostro.
-En fin… - Irrumpió la voz del viejo. Notando presencia.
- Te presento a tus vidas pasadas, las mías y las de todos los habitantes del Bastión. - Agregó. Y
En estado de confusión, solamente pude escucharlo.
- No te alarmes, no heredaras sus recuerdos vivos. Aunque si, nuestra propia condena. -
-Te pido por favor, que cuando estés listo y si no tienes ninguna pregunta. Cosa que creo imposible, pero debido a que no puedes hablar, asumiré como tal. Te levantes de la mesa y cruces aquella puerta. - Comentó mientras me señalaba con su dedo índice, de nuevo acariciando el aire. Me dejo entre ver una especie de anillo plateado que tenía puesto.
Intenté hablar, fue en vano. Mire a todas mis vidas, sentadas. Aunque sus rostros eran poco fieles a una imagen humana, les agradecí con la cabeza gacha y me levante.
El viejo soltó una risa y yo sentí la responsabilidad y el peso de todas las vidas en mi. Camine hasta la puerta y tomé el picaporte con la mano izquierda. Respire hondo, abrí y lo cruce.
Sentí dolor, por primera vez. Un dolor muy fuerte. Luego todo se apago.
Dicen, que varias campanadas después, me levante en el cuartel, con el resto de mis futuros compañeros. - “
Reflexiones de una vida dedicadas a marcar el paso del tiempo:
Los latidos, que eran en si mismo mi tiempo, el tiempo de todos en el Bastión. E inclusive, aquellos palpitares eran el tiempo del tiempo. Un movimiento marcado por el compas propio de la intuición, de la conexión y de la concentración en el órgano mas vital de mi cuerpo; El caparazón de sangre.
Aprendí con el estudio que aquella bomba maquinal que tenemos dentro, tiene un ritmo de entre 72.000 a 90.000 palpitaciones diarias. Aquel es mi parámetro principal. Dicen ademas, en los textos, que una vida puede durar 2.500 millones de latidos. Ese es el registro temporal de los diarios escritos para aquellos que son los herederos de la Gran Campana. Es pues, de esta forma, en la cual soy el encargado de hacer coincidir las palpitaciones internas de mi cuerpo, con el tronar de la campana. Marco el ritmo de Terra, el inicio y el final de los días. Las estaciones, las eras. Cada evento espacial también tiene su cantidad de campanadas contadas y su fuerza. Advierto a los de abajo el advenimiento de las tormentas, las invasiones. Soy quien todo lo ve y todo lo cuenta. Para eso fui creado, germinado.
No crean que estoy contando el palpitar diario y así de esa forma llevar el ritmo de las estaciones. Es mas bien una sensación de sensibilidad interna, un conocimiento que me heredaron con las generaciones.
Cuando los sucesos están prontos a venir, algo en el alma interna me da la señal de alerta.
Hubo una ocasión especial, aquella noche, que no era una noche pues la noche hace campanadas que no sucede. Era mas bien un día interminable. Me levante exaltado, escuchando un aumento en el ritmo de mi corazón. Pensé automáticamente que tal vez vendría el viento de arena, el temible haboob, como lo llamábamos. Así que me levante y pase por el cuadrilátero central en donde colgaba dormida, la gigante de hierro y barro. Con la mano izquierda, al igual que siempre, la toque, le agradecí el despertar, recorrí todo su cuerpo, su forma, su elegancia. Sentí sus gravados deteriorados por la erosión eólica. Entre leí con mi tacto una y cien veces las historias que fueron escritas y talladas. Percibí mi propio destino y el propósito ultimo de la vida; La espera del elegido.
Pegue un salto por una barandilla y me senté a su lado, observando el inacabable horizonte tártaro que estaba mas allá de las murallas. No parecía que vendría ninguna tormenta. Observe hacia abajo, vi el bastión, mi querido bastión. Percibí a sus habitantes como pequeños seres que iban de un lado al otro, siempre en círculos. Los salude y una lagrima de alegría broto de mi ojo. Aunque no podían verme, pues me encontraba en una altura insuperable, yo siempre los veía a ellos, mi vista se había acostumbrado a la lejanía. De hecho, ya casi que no podía ver de cerca.
“-Hijo, tú y solo tu, seras los ojos del mundo. -” Me había dicho antes de marcharse, una de mis antiguas vidas. Porque a diferencia del resto, el campanero nace, cuando aún su vida anterior se esta perpetuando. Es así, como la transmisión y la elección suceden. Cómo el encuentro entre un futuro y un pasado tienen suceso en el mismo tiempo sincrónico. Recuerdo su rostro, mi rostro, las arrugas y un acompañamiento que duro a penas unos días después de mi germinación. Días de gloria, de amor.
Nací como nacen todos, sangre de las raíces, en un grupo de cinco. Mi semilla o la semilla de mis antepasados y de los suyos, me dieron los recuerdos necesarios que hoy tengo. Información que debía preservar y continuar transmitiendo.
Aunque no pueda hablar, pues carezco de lengua. Es quizás aquella la maldición de ser el campero. Aquel que todo lo ve, pero que nada lo puede contar. Sin embargo, es mi mayor alegría.
En mi memoria, se almacenara la energía y la información para el venidero sucesor. Siempre fue así y siempre lo sera.
¿Pero si el Doctor ya no esta, cómo seguiremos viviendo?, me pregunto hoy en día.
“-Viviremos eternamente, con cada campanada.-” Esto es lo único que no debo olvidar.
Baje al primer piso de la torre. Siempre al primero, porque desde que me dieron el ascenso a la torre. Juré por mi vida y la de mis anteriores, que jamas descendería de la misma. Me agache a la puertilla, la abrí y observe una cuerda que se perdía en altura hasta llegar a un suelo borroso, que a penas divisaba. Comencé a jalar de la roldana. Para mi sorpresa, la sentí liviana. Continué largo rato subiéndola, hasta comprobar que en efecto, el deposito de comida estaba completamente vacío. Se habían olvidado de mis raciones diarias. Aquello era extraño.
¿Quien podía olvidarse del campanero? ; Aquello era como olvidarse del tiempo propio, de la eternidad que nos rige. ¿ Acaso era posible que a Marco se le hubiese pasado?. En fin, deje caer la roldana y la polea se deslizo hasta llegar al suelo con una suave sacudida. No escuche su sonido de impacto, se disipo en la altura.
Volví al piso de arriba y fui al pequeño cuarto de deposito. Agarré unas provisiones y continué escuchando los latidos de mi corazón, que aún estaban alertas. ¿ Pasaba algo? .
Quizás me alarmó la sensación de que se hayan olvidado de mi. Jamas había sucedido en las ultimas campanadas. De hecho, desde que tengo recuerdos de vida.
Retome el camino, aunque no había mucho para hacer en tan pequeño espacio y me senté de nuevo a observar el horizonte, al lado de mi única compañía.
-Aún es temprano para invocar su presencia- Pensé.
Una vez mas, me quedé observando la extensión de un desierto que se abría casi como un océano seco y árido, con una luz dorada que se perdía en la lejanía, igual que un látigo de fe iluminando la espera. Todo estaba calmo, sin embargo algo no me dejaba tranquilo. Me levante, impaciente. Y fui a una de las repisas que se encontraba sobre la escalera. Tomé un viejo libro y me apoye en la baranda que daba a la cara Norte del desierto. Por lo general, cuando se presentaba el gran grito del desierto; Las palabras sopladas de Haboob, venia de la cara opuesta. Aquella presencia era similar a una inmensa nube que oscurecía y tapaba todo. La única montaña que se vislumbraba a lo lejos, era devorada por aquel ser sin cuerpo, brumoso, denso como el terror de los tiempos prohibidos. Y cuando la montaña tronaba por el choque de sus partículas invisibles, un ruido a rocas desprendiéndose llegaba con la suave brisa. Aquello significaba que Haboob estaba pronto a venir, era el sonido de la advertencia. Existieron también, raras ocasiones en las que la tormenta vino de esta cara, empero, jamas presencie ninguna en esta vida. Sólo existían relatos sobre aquellos acontecimientos.
Quiero recordar, a modo de presente, que cuando el grito del desierto llega, el bastión teme. Presagia sus mayores miedos en carne propia. Por eso, debía estar atento, en estado de alerta.
“Vigila la montaña a diario, convierte en ella. Llega incluso a escucharla antes de que hable. “ Fueron algunas de las enseñanzas que dejaron en mi legado.
“Del Norte, desventura, el gran cielo se encuentra con la tierra. Es propicio no actuar. “ Decia el libro prohibido. Esto lo sé, porque gracias a mi suerte de ser el campanero, tengo en mi poder el último de los ejemplares, aquí, en mi panóptico. Junto con él, también tenia en mi poder otros tantos libros censurados y olvidados. Podía estudiarlos y ojearlos cuando quisiese. Toda la sabiduría del pasado estaba en mis manos, sin embargo, mi maldición no me permitía compartir aquel conocimiento con nadie. Mi exilio era mi castigo por entender las verdades ocultas del mundo.
Tengo además, libros, cientos de ellos que jamás han sido abiertos. ¿ Por qué?, me pregunto. Y me respondo que es porque siento que existe una presencia en ellos que aún me bloquea su acceso.
En este momento, en mi mano, tenia el libro de los Tártaros. Y sin saber si era un libro ficticio o real. Sentí que las murallas del Bastión, eran el propósito divino del resguardo, en espera del elegido. Y aunque hayan pasado miles y millones de campanadas y el elegido aún no se presagiase en cuerpo, carne y hueso. Entendí que mis campanadas brindarían la paz y la esperanza de aquel anhelo. Desde la fundación del humano, las distintas ramas científicas y de la fe, advirtieron de su llegada. ¿ Cuando será?… Admito que realmente estoy ansioso, todas mis vidas, mi vida, esperando aquel momento. Un sólo momento, el final, la muerte de mi eterno retorno corporal.
Un sonido de campana que seria diferente al de siempre.
Ansiábamos ver las flores del gran árbol, aquel seria el loto de la iluminación marcando el momento propicio. El elegido subiría por su tronco, se envolvería con sus pétalos y su néctar dulce. La corteza se convertiría en su capullo y le daría la posibilidad de engendrar alas para que vuele, para que se aleje mas allá de las murallas, del Bastión, de lo monótono.
Dicen que la voz del viento le susurraría el nombre verdadero de las cosas y así él, podría entenderlas y dominarlas. Cómo si fuese un mago o un hechicero. También dicen que sólo bastaría con una mirada y de esa forma tu cuerpo, cualquier cuerpo, se despertaría a la realidad, cobraría otra forma, se presentaría como en realidad es y no como nos enseñaron que sea.
Otros, afirman que con solo tocar los motores magnéticos que quedaron sepultados debajo del bastión, los mismos volverían a funcionar. Y la esperanza de movernos a otro mundo podría volver.
-Aquella es su misión- , Me dije a mi mismo.
El doctor ya no estaba, las nuevas camadas de repeticiones jamas prosperarían. Este tiempo, es nuestro último tiempo. Corren rumores ademas, de que solamente queda 1 de los 12 integrantes eternos de la cámara. ¿ Mito o realidad?… ¿ No es acaso que los inmortales no mueren? .
Si llegase a ser verdad, el juramento que hicieron de ser eternos, hubiera sido una trampa, un engaño. Yo, que lo veo todo desde lo alto, que a todos los conozco. Desde mi ascensión que no los he presenciado, jamas los he visto. Supongo, por credibilidad o por temor, que están dormidos, que esperan el momento indicado para despertar.
Todos creen que el elegido ya esta aquí. Lo sé porque lo veo, porqué todo lo escucho. Todo sube, incluso el sonido. Soy los ojos que siempre observan el mundo de abajo. No juzgo, no pregunto, me limito a mirar, a interpretar las señales. Veo a través de sus ojos, de sus sentimientos, por sus oídos y aunque no lo crean; Sus pensamientos, sus intenciones, también son mías. El haber vivido desde mi nacimiento aquí arriba, me ha enseñado a despertar sensaciones nuevas para mi cuerpo, agudizadas.
Yo también creo que el elegido esta presente. Pero la diferencia radica en que mi creencia se deposita en otra persona. No en la que todos creen. Aprendí a no fiarme de las apariencias mágicas. Aprendí a escuchar el verdadero poder que calla dentro del alma, en el corazón.
Aquí, desde la altura, mi visión es limitada. Tengo mi catalejo. El único objeto que herede en mano y en vida de mi anterior cuerpo, de mi maestro.
Creo lo mismo que creen todos. Que la presencia de Lucio es increíble y poderosa. Seguramente, si lo tuviese en frente mio, me arrodillaría y observaría su belleza, lo escucharía y lo seguiría en cualquier situación que me demande o me necesite. Sin embargo, empece a notar mas valentía y mas corazón de autocontrol, cuando cientos de campanadas atrás, observé a Einaudi. Y debo confesar, que me sorprendió.
La mayoría de las voces, piensan que es fruta inmadura. Lo he escuchado. Soy mudo, pero no sordo.
Abrumado por el pensamiento, el libro que sostenía me aburrió y de hecho, no podía concentrarme en él. Lo cerré y mire al Norte.
Fue en aquel entonces que sucedió el acontecimiento.
Una especie de punto negro, brilló en el centro mismo del desierto. Mis pupilas se agrandaron intentando visualizarlo. Al principio pensé que podría ser mi imaginación, proyectando un objeto o algo saliendo de la arena, una piedra, un error.
Busque el catalejo y aumente la visión. El punto se movía y no era un punto, sino mas bien una especie de sombra, una figura animal, danzante. ¿ Es acaso otro ser vivo?, pensé. Jamás en esta vida, había tenido la oportunidad de ver un animal, de hecho, creía que estaban extintos. Aumente mas la imagen. Aunque me costaba mantener el pulso me ayude con la baranda usándola de trípode.
Y en ese entonces, entendí lo que veía. Aquella figura espectral no era un monstruo de cuatro piernas y dos brazos. Era, una persona montando un caballo. ¿ Cómo lo reconocí? Porque había leído sobre ellos o porque quizás en mi recuerdo secular, aún persistía un reconocimiento de imágenes anteriores.
Me sobresalté y pensé en las probabilidades de un ataque al bastión. Una figura enemiga acercándose a nuestro hogar. Asechando a mis hermanos, a mis camaradas. Temí, porque creí que no existía vida fuera mas allá de la nuestra. Por ende, todo lo externo y desconocido, era una amenaza.
Tire a un lado el monóculo. Repensé de nuevo en cual seria su objetivo, su propósito. No podía permitir que se acercara más. Debía avisar, pues detrás de él, podrían venir más.
Me colgué de la cuerda de la campana. Lo hice, la toque 4 veces seguidas. Aquello marcaba la señal de alarma. Pronto todos formarían en la plaza y tomarían sus armas, preparándose para el inminente ataque. Esperaran las normativas de los miembros de la cámara, que mandaran a algún oficial a tomar registro de lo observado aquí, en la torre.
Mi corazón estaba en lo correcto, lo sabia; Lo presentía. Volví a observar al enemigo y lo vi acercarse, a gran velocidad, desesperado. Sentí la presencia de algo incluso mas fuerte que la tormenta. Me asuste por completo.
“- Esto es una señal. El norte. Pronto las cosas cambiaran. Ya es el tiempo propicio de la nueva cosecha.-” Recordé de un libro o me dije, o quise decir en otras palabras:
“Tormenta del Norte”.
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