Luz en el Vacío







                                                  Luz en el Vacío; El Observador del Cielo.                                        





Por algún motivo, quizás cuántico, la verdad tiende siempre a ocultarse de nuestra percepción. «¿Quién hubiera pensado que aquella luz en el cielo no iba a ser realmente un satélite?.»


Era un día viernes por la noche, 17 de Mayo del 2024. Estaba volviendo a casa. Me había mudado al Sur, al pie de los cerros y a orilla de los lagos. Alquilaba una pequeña casa en un terreno compartido.

Esa noche que regresaba de tomar unas copas, abrí el portón de entrada y crucé por el umbral que llevaba a mi hogar. En aquél momento lo vi, era el hombre que miraba siempre el cielo. Todas las noches, entre las 20 y las 23 horas, se pasaba dando vueltas de un lado al otro del terreno, con un pucho en la mano, o con una tasa de café. Y con su atesorado larga vistas colgando del cuello, no despegaba las pupilas de la bóveda celeste, o mejor dicho, negra.

Al fin llegaste pibe. Vení, mira— comentó sin despegar un ojo del cielo y agitando sus manos con desesperación.

Qué pasó?—pregunté, con una esperanza depositada en qué en el fondo de mis recuerdos, sabía que aquél hombre se pasaba las horas más oscuras de la noche buscando Naves, Luces, Vida fuera del planeta.


Desde la primera noche que pase en la casa y lo encontré contemplando el cielo, me contó historias, cientos de ellas.
«—Una vez, vi un tubo cilíndrico plateado, parecía un habano. Era así de gigante.- Me mostraba con sus gruesas manos mientras ejemplificaba el tamaño proyectado en el cielo.
—De pibe, estábamos en la caja de una F100 del 80. Era toda verde, hermosa. Y con los gurises del barrio nos caímos de culo al ver una luz amarilla que bajaba del cielo. Una pelota de cancha grande que de golpe se pintaba de verde, del mismo verde que la camioneta. Después se hundió en el lago y no la volvimos a ver nunca más— relataba, en otro de sus recuerdos.

Acampando al fondo del brazo del Gutiérrez, un sonido sin cuerpo nos circundó mientras dormíamos. Era como un susurro giratorio, algo rarisimo. Dejo unas marcas bordeando la carpa, huellas de esfera—contaba.»


Quizás ahora, la oportunidad de poder observar aquellos objetos se me presentaba por un mero giro del destino.

Tomá, ponete esto—dijo

Agarre el larga vistas y le contesté: —¿A dónde miro?—

Allá, ¿ves ese punto que cambia de color?— soltó mientras señalaba un punto lejano en el cielo.

¿No es un planeta eso? ,¿Venus elevado a la quinta?— le dije.

No seas pelotudo… Los planetas no emiten luces. Mirá bien— Aquél era su tono tan característico.

Me puse los lentes, ajusté un par de perillas y comencé a hacer foco.


Lo que nadie sabía, excepto yo mismo, era que de camino a casa me había comido unos hongos que me había regalado una vecina del barrio. Habíamos trabajado juntos hace unos años atrás, en uno de los refugio de montaña. Ésto, había sucedido hace casi 3 años.

Y ésta tarde, el 17 de Mayo del año 2024. Mientras volvía a casa, me la crucé apenas bajé del colectivo, en la esquina. Ella estaba de pie, como quien espera a alguien.

Guada!—dije.

¿Qué haces Die?, tanto tiempo—

Estoy volviendo a casa. Día largo. ¿Y vos? —

Espero a unas amigas. Vamos a cenar en casita. Si después estas libre venite—

Gracias, pero creo que prefiero ir a descansar, tengo que hacer unas cosas en casa y mañana arranco temprano— Era mentira, pero ella no lo sabia. La casa estaba impecable, mi obsesión con la limpieza y el orden impedían que algo salga de su lugar hace tiempo.

«¿Por qué mentí?» Bueno, supongo que en aquel momento el deseo de llegar a casa y meterme a jugar una partida de Shogi (Ajedrez japones), o tal vez, escribir. Eran deseos más fuertes.

Dale, tranqui. Mirá. ¿Te acordás cuando estábamos en el refu y te dije qué te iba a dar unos hongos?. Bueno… —comentó con un tono misterioso, mientras sacaba del bolsillo de su camisa una pequeña bolsa con tres fungís disecados, completamente blancos.

Uh, si—vociferé—Me acuerdo, pero paso tanto tiempo—termine por confesar y solté una pequeña risa.

Tomá, en casa tengo un montón. Después me decís que te parecieron—dijo y me entregó la bolsa.


Hacía casi 3 años que no la veía, y así como si nada, me daba un presente. Un recuerdo vegetal del reino más antiguo del planeta.

Bueno Guadi, gracias.

Tranquilo, no pasa nada. Ah, mirá, allá vienen las chicas—mencionó mirando por encima de mi hombro.

Volteé a ver y en efecto, venían dos chicas caminando.

Te dejo Guadi, nos cruzamos pronto, gracias por esto —La salude con un abrazo.

Dale Die, nos cruzamos


Seguí caminando y después de unos pasos, volteé a observar. Las amigas se estaban abrazando y meciéndose de un lado al otro. Sus risas recorrían las calles y rebotaban contra las paredes del barrio.« ¿Por qué le dije que no?». Me pregunté. A veces tenía esa impresión, como si una doble personalidad interna me hablara y dirigiera de una forma muy oculta, el rumbo de mi vida. Dicen qué en el interior, tenemos muchas personalidades. Personalidades que afloran como estrellas en el cielo. Está la de la infancia, la de la adultez, la prematura, la oculta, la introspectiva, la divertida, etc. Supongo que es cierto, que nuestro cielo interno cambia cada noche y muestra distintas emociones, aquello explicaría varias decisiones que a veces parecen incoherentes en mis días.
Doblé en la esquina y me comí un hongo. Su sabor amargo atacó mis pupilas gustativas. Las derritió al instante; Sabor amargo. Necesité un poco de agua, pero no tenía. Comencé a mover la boca, a masticar, para ver si se generaba saliva. Me encontraba a unas 6 cuadras de casa, pronto podría saciar mi sed.

Caminé y caminé, el efecto tardó en sucederme. «Supongo que debería comerme otro» pensé y saqué de la bolsa un hongo disecado. Lo observé con ojos atentos, como quien observa por primera vez otro reino, sus misterios, sus verdades. Y parado en el portón, me lo metí en la boca. Abrí y crucé el umbral a casa.


Ahora estaba ahí, de pie, con los larga vistas del vigía en los ojos. A mí lado, se encontraba el sereno del cielo nocturno.

En la vida, a veces, los momentos temporales que se representan como presentes y pasados, se entremezclan. Se pierden en la memoria de la mente y uno pierde la hilaridad de los momentos.


Creo que lo veo!— dije

Hace dos días que esta ahí. No se mueve.

¿Seguro que no es Venus?—Los colores azules, verdes, rojos y violeta; Palpitaban, suaves.

Es una nave, ya te lo dije.— Insistía.


Empecé a sentir como mi cuerpo se disociaba lentamente de la imagen, podía irme, estaba seguro. Podían venir por mí aquellas luces. El efecto había empezado. «Mal momento para estar drogado» pensé y luego me contesté:« ¿Por qué?, es un buen momento.»


Éste objeto, es un secreto del estado. Está totalmente encubierto. Mirá—dijo y saco de su bolsillo un celular.

Los mismos colores del cielo eran irradiados de la pantalla, palpitaban, estaban vivos. Eran emisiones similares, emitidas a escalas de frecuencias menores.

Ésta frecuencia tiene su propio código hexadecimal dentro del campo electromagnético.—soltó el hombre mientras desbloqueaba su aparato tecnológico.

«¿Es acaso la tecnología un ser inorgánico qué igualmente puede albergar vida?» pensé.

El vigía nocturno abrió una aplicación de estrellas, movió el celular en espiral para vincularlo con la posición geográfica y después, apuntó con la cámara al cielo, en dirección a la extraña luz. En la pantalla, se podían observar todas las estrellas del cielo, totalmente sincronizadas con la imagen actual del cielo nocturno. Cada una con su nombre, con su descripción y ubicación. Pero lo curioso de todo esto, era qué justo en la posición donde se encontraba la luz; Decía: «Satélite».

Ves. Te lo dije.

Si. Es un satélite. -

No, no es un satélite; Es una nave. Mirá.— Hizo zoom, la pantalla no dejaba ver lo que realmente era. La imagen estaba bloqueada. En mi mente, los colores se me derretían como un helado puesto plenamente debajo del sol en un cálido verano.

El hombre apretó en un ícono que brillaba como una esfera de luz radiante. Y apareció de inmediato un cartel que decía lo siguiente:«MEASAT 3 Está bloqueado. Por favor compre el paquete premium para poder acceder a su información completa.»

Ah! Bueno…—exclamé —si pagas, podes acceder a la información. —

No seas boludo. Si pagas, la única información que te va a aparecer, es la que ellos quieren que sepas. Te va a decir, MEASAT 3 es un satélite Francés de telecomunicaciones, se encarga de aumentar el efecto de honda y no se que gilada más. Pero eso es todo mentira. Ya busqué en todas las páginas de internet, no hay información verdadera sobre éste satélite que estamos viendo. El MEASAT 3 ya tuvo que haber sido reingresado hace años— Argumentaba el vigilante nocturno.

Es muy raro. ¿Éstas diciendo que ese satélite es otro?—dije y me volví a centrar en los visores.

A estas alturas, mí cuerpo vibraba y las imágenes se replicaban una sobre otra, eran finas capas que se superponían constantemente, se plegaban sobre sí mismas, cada vez iban subiendo más y más sobre algo que era aún más grande y no podía entender de forma racional. Eran, tal vez, imágenes infinitas de la verdad, proyectadas en mi retina ocular.


Comencé a escuchar unas vibraciones extrañas, lejanas. Recordé lo que dicen sobre los hongos:«Son sintonizadores energéticos. El micelio funciona como una antena que capta energías y hondas. Es una inmensa red vegetal qué interconecta a todos los organismos vivos del bosque.»Entonces pensé enseguida,«¿Me estará alterando algún tipo de señal?» Quería llegar a casa y apagar el celular. Desactivar el Wi-fi. Esconderme debajo de las sabanas y leer un libro de papel.


Bueno Horacio, me voy a casa. - añadí mientras le devolvía los binoculares.

Anda tranquilo.—Los recibió con ambas manos y se quedó mirando el cielo; Inmutable.


Me alejé un par de pasos. Compartíamos el pasillo de entrada. Llegué al portón que delimitaba el terreno de mi casa y lo abrí. Cuando volteé a cerrarlo, me quedé mirando al viejo. Aquél hombre de avanzada edad, no despegaba los ojos de su avistamiento.

Llegué a casa, me saque todo el abrigo, encendí las luces y tomé un poco de agua.«Ésto era lo que necesitaba»reflexioné. Saqué el teléfono, no dejaba de vibrar, llegaban mensajes del trabajo, de amigos. Pero en el estado en el cuál me encontraba, no quería saber nada con la tecnología, tampoco con las personas. Así que lo puse en modo avión y me relajé. Pensé en que aquellas vibraciones desaparecerían, pero no fue así. Algo seguía vibrando, lo podía sentir en las plantas de mis pies, en los pelos de mi cabeza, en las yemas de mis dedos. Revisé la casa y comprendí que aquello debía provenir de un lugar más grande. Del mismo cielo infinito.

¿Será qué me está afectando el satélite?. No creo, está muy lejos. Bueno, no sé realmente.—dije.


Me senté en la mesa, abrí la computadora.«Tengo que buscar información sobre ese satélite»reflexioné y mientras la misma se encendía, me acerqué a la pantalla. Podía observar los pixeles que se movían, pequeñas latencias de vida en todo el circuito oscuro del monitor. Me parecieron ser estrellas. Mejor dicho, eran estrellas, cientos de ellas, un mar repleto, un éxtasis de euforia y reproducción sideral moviéndose en tiempos y en escalas que desconocía. Todo me era ajeno de golpe, me encontraba suspendido en la inmensidad de un espacio desconocido, entre materiales orgánicos unidos y entrelazados, entre circuitos y redes invisibles.

Esta vivo. Todo esta vivo. —sentencié, como quien presagia lo que realmente vé frente a sus ojos.

Estuve un largo rato observando la pantalla de inicio. En aquel estado, no iba a poder jugar ninguna partida de nada. Tampoco buscar información. Las dimensiones del espacio físico se estiraban, las teclas aumentaban y disminuían en su tamaño. El tacto del mouse contra las yemas de mis dedos, era similar a sentir el espacio sempiterno de la textura inacabable y el diseño aletargado de un campo reticular que se ampliaba a escalas enormes. Una red artificial que se suspendía en la nada, en el vacío ausente de vegetación, en la contradicción misma del ser vida, y sin embargo, siendo todo, o al menos, la replica de todo. Latía con fuerzas y se presentaba como un ser análogo a mi especie.

Un juego de luces apareándose, un océano de ideas palpitantes, una red miscelánea de espectros electromagnéticos programados en un código hexadecimal, «como había mencionado el guardián humano del cielo»recordé. Podía sentir, o al menos imaginar, la corriente eléctrica recorrer mis circuitos internos del cuerpo. «¿Seré acaso una maquina conectándome con otra máquina; Una estrella fusionándose con otra estrella?» medité.


La interferencia aún continuaba. Las vibraciones ajenas a mi cuerpo persistían. Apagué la computadora y la cerré. Apagué también todas las luces. Me molestaban. Entonces me senté en el suelo y comencé a respirar, a conectarme con mi propio cuerpo interno, con el circuito que latía dentro mío y quizás, sin saberlo con certeza, a buscar aquella luz o aquél satélite que emitía las señales internas de mi propia vida.


Aquélla extraña vibración aún persistía en mi cuerpo. Una latencia constante, como de algo inexplicable.

Observé la casa, el mono-ambiente pequeño que alquilaba. Reflexioné si realmente valía la pena gastar horas de mi vida en un trabajo que lo único que me permitía, a fin de cuentas, era simplemente sobrevivir el día a día. Las preocupaciones mundanas siempre abordan cuando el efecto de la droga desaparece. Es como si un vacío cayera de golpe, como un telón de terciopelo cerrándose y develando el escenario, todo aquello que estaba guardado en el fondo del embace, el sedimento que a veces, queremos obviar.

Pero ahora lo tenia entre mis manos, los miedos,las preocupaciones, mis aspiraciones al futuro, los sueños. Era una masa viscosa entremezclada con el micelio de la tierra.

Me levanté del suelo y abrí la puerta de afuera, solamente para observar el cielo. Mis ojos buscaron primero al vigilante de la bóveda, en vano, no lo encontraron. Luego, una calma en mí aconteció y dí un paso afuera. Curve mi espalda y me posé a observar.

Reflexioné en la historia que nos contaron y quizás en toda aquella fabula que engloba la idea de nuestros antepasados. El cielo, siempre tan inmóvil frente a nuestros ojos. Estrellas y planetas que tardarían cientos de millones de años en demostrar su acción, en separarse una de otra. Puede, qué toda aquella bóveda esté de alguna forma relacionada, interconectada por una red invisible de atracción y de información; Una red miscelánea sideral.


Es como una inmensa caja de códigos.—solté para mí .

Al posar realmente mis globos oculares en el cielo, busqué nuevamente la luz que mi locatario me había indicado. No la encontré, entre cientos de estrellas, aquella nave se había escondido.

Saqué mi celular y busque:« MEASAT 3 . Ubicación: ¿como encontrarlo?» Empero, todo indicaba que realmente aquél satélite había sido quitado de orbita hace algunos años. Los componentes que habían diseñado ya eran obsoletos y ademas, según la información oficial, aquél satélite solamente operaria en la orbita de Malasia.«¿Cómo era posible entonces que lo hayamos visto acá, en Argentina?.»reflexioné.


Ya se fue —agregó una voz procedente de la lejanía.

Me giré y vislumbre entre la oscuridad del parque y las luces tenues de la calle, la pequeña y delgada silueta del guardián del cielo. Ya no tenia sus binoculares, tampoco su pucho. Su andar era más tranquilo y menos ansioso que antes.

¿Cómo?—pregunté—No paso tanto tiempo como para que las estrellas se muevan tanto

No tiene nada que ver esa nave con las estrellas. —respondió

Mirá – Agregó, en el silencio que quedaba suspendido entre nosotros, mientras señalaba con su dedo indicé nuevamente al horizonte oscuro.

Rápidamente volteé, deseando ver la luz centellar, anhelando poder ver aquel objeto que tenia la capacidad de simular otro. Pero me encontré nuevamente con la inmensidad del cielo oscuro, estrellado.

Hoy, la luna no está. Podemos ver toda la historia del cielo, sus movimientos de tiempo circulares. Su dialecto, su cuerpo. Las atracciones físicas que ocurren en la inmensidad de la incomprensión humana. Nuestro sentido depositado en el futuro, en el imaginario. Las luces que nos guían, los verdaderos Dioses.— Aquello parecía una prédica divina.

Me acerqué al hombre, caminando de espaldas, sin quitar los ojos del cielo. Sus palabras resonaban y se repetían en mi interior como un eco de alguna verdad reveladora.

Acá mismo se encuentra la verdad de la vida. ¿Lo sabías? —pronuncio.

No podía contestar nada. En ese momento mis sentidos estaban completamente maravillados de poder sentir que, por primera vez, veía y percibía los latidos de mi corazón y los latidos del cielo al unísono universal. Una misma resonancia que pulsaba como una melodía escrita en un tempo cósmico total.

Ésto es lo que somos. Lo que vinimos a ser. Todo lo que vemos, es lo que creemos y lo que crearemos. El cielo es inmenso y proyecta nuestro interior constantemente. Todas las noches de nuestra vida. Incluso desde antes que naciéramos y lo seguirá haciendo aún cuando ya no estemos. Allá arriba, vive la verdad eterna. Lo que siempre quisimos ser. ¿Qué cosa curiosa el ser humano, una especie de estrella extraña, no te parece?— Terminó por confesar.

Lo miré, como quién espera a sus amistades llegar, como quién espera que la verdad se manifieste en una luz, en una noche estrellada, en la ausencia de la luna. En los ojos de un observador.

Da igual. Cada uno es libre de creer en lo que quiera creer—dijo por último, con un poco de tristeza y soledad.

Yo… —Irrumpí cuando comprendí que aquel hombre se sentía solo en su conocimiento y comprensión.

Yo siento y pienso lo mismo. Existe algo más, algo que no puedo nombrar.— Me animé a develar desde mi interior más profundo.

Los ojos de mi actual locatario, ojos de vejes, de una vida larga llena de momentos perdidos en el tiempo. Se iluminaron. Eran dos faroles llenos nuevamente de fe, de esperanza. Dos luces. Luego le siguió una sonrisa y ambos, volvimos nuestra mirada a la infinitud del cielo nocturno.


Las estrellas latían, iban desde el espectro rojo al violeta. Había colores que mis ojos no captaban, «¿Cómo serian?, ¿Cómo los verían aquellos otros seres aptos para su captación?.»

Había una fuerza inmensa y lenta depositada en una suspensión giratoria del planeta. Una atracción y un halo de posibilidades que comenzaban a existir en mi imaginario, en mi mente; En mis sueños.

vi satélites que orbitaban y se perdían de un extremo al otro del horizonte. Estelas que quedaban pausadas como un polvo fino de piedra molida. Quizás, un río inmenso en donde los planetas se sumergían. Seguí los patrones de las palpitaciones que cada estrella generaba. Siempre eran diferente, me llevaban de un lugar al otro, me mostraban imágenes de mis antepasados, de mis sucesores. Creo incluso haber presenciado mi vida entera, mis cuentos, mis partidas de Shogi, mi familia,mis amistades. Era como si todo aquello viajara de un extremo del cielo al otro y de repente, se develaban los patrones ocultos, ciertos planetas que mostraban callejones por dónde mi sensación interna se perdía. «¿Qué es aquéllo tan magnifico que no puedo siquiera describir en palabras?» me preguntaba.


Me voy a dormir pibe. Ya es tarde para éste viejo—dijo mientras se alejaba y agitaba la mano en forma de despedida.

No pude decirle nada. No pude siquiera agradecerle aquella transmisión secreta de la verdad.

Cuando el hombre desapareció, una luz radiante se aproximo, como si fuese una uña inmensa a lo lejos. Las estrellas se escondieron, los patrones cambiaron. Los códigos se re-programaron. Y en la bóveda celeste, la luna, develó la soledad de mi luz, en un cielo inmenso.


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